«A la gente solo la ayuda la gente»

Por: Fernando Ardit-Estudiante de Periodismo de la Tecnicatura Superior en Periodismo del Instituto “Juan XXIII”- ISPI 9191 de Reconquista.

Dándole lugar a las historias que merecen ser compartidas.

MERENDERO PEQUEÑOS GIGANTES

El merendero “Pequeños gigantes” surge aproximadamente hace un año y nueve meses, a raíz de una inundación que llegó al barrio Guadalupe Sur de Reconquista. En consecuencia, de dicha catástrofe ambiental, un grupo de personas comenzó a recolectar donaciones que recibían de diferentes sectores de la ciudad y con las cuales pudieron subsanar algunas problemáticas que se presentaban como la necesidad de ropa limpia y seca, comida, agua, colchones, entre otras cosas para el aseo personal, la sanidad y limpieza del lugar.

Luego de un año de haber comenzado el proyecto, el merendero se muda a su locación actual, que es el domicilio donde reside Nancy Liliana Ayala y Evangelina Soledad Ayala.

Este espacio se alza a fuerza de pulmón y autogestión, como sigue siendo hasta el día de hoy. Cada donación que reciben es por parte de particulares y gente comprometida con el lugar y los chicos. Así fue el comienzo de una idea que se convirtió en un hecho, un plan para resguardar a niños y niñas de las diferencias sociales como de comportamientos dañinos para su crecimiento. Una vez más, se viene a mi mente una frase que cobra cada día más fuerza:

A LA GENTE SOLO LA AYUDA LA GENTE.

PEQUEÑOS GIGANTES

El merendero de barrio Guadalupe Sur contempla alrededor de 115 chicos, pero con la situación actual afectada por la pandemia, el número aumenta a más de 130 niños y niñas. Además, incluyen a menores de barrios vecinos, como me comento Lili: “todos tienen derecho a un plato de comida, nosotros no le negamos la comida a nadie”, fiel reflejo de una conciencia social y de comprensión de la situación que nos atraviesa.

El merendero se encuentra abierto a toda clase de propuesta que sea beneficiaria para los niños y niñas. Como me decía Sole en una entrevista: “el merendero es un espacio que se puede acercar toda la gente que le gustaría venir a conocer, acá nosotros le damos el espacio si quieren hacer algún taller o emprendimiento para los chicos” y remarca: “todos los que se quieran sumar son bienvenidos”.

Los chicos reciben la copa de leche los días lunes y miércoles, a partir de las 18 horas (horario que fue cambiado debido a las altas temperaturas que tiene el clima de nuestro norte santafesino) y los días sábados reciben su porción de comida al mediodía. También este espacio comprende a adultos mayores y embarazadas, quienes reciben comida y contención junto con los niños antes mencionados.

Asimismo, los chicos que acuden al merendero son contenidos emocionalmente por un grupo de jóvenes que frecuentan el lugar y ofrecen su ayuda a cambio de sonrisas y abrazos.

Una panza llena es sinónimo de felicidad y si a eso le sumamos acompañamiento, ya sea un hombro o un oído para escuchar dudas y vivencias, se logra un apoyo emocional enorme donde los niños encuentran un refugio para los problemas que puedan tener a nivel individual.

Cada uno de los integrantes de este merendero recibe un cariño incondicional por parte de los más pequeños, solo basta una tarde para darse cuenta que estos niños desbordan de cariño (y también de travesuras) y que encuentran en cada uno de los compañeros un amigo o un hermano en quien confiar.

Pero no hay que dejarse llevar y pensar que uno los elige, no, son ellos los que deciden hacerte parte de su vida, con un dibujo o una flor arrancada de algún patio, así te das cuenta que ellos son los que disfrutan compartir con vos. Esos son los pequeños gestos que llenan el alma a cada miembro de esta pequeña sociedad.

ES UNA FAMILIA

Primeramente, para acercarles esta historia, me reuní con tres integrantes del merendero: Rodrigo, Sole y Lili, quienes colaboran a diario con esta obra y quienes me abrieron las puertas para un encuentro oficial con los niños del merendero. Esto se dio el sábado 31 de octubre. Ese día las actividades comenzaban a las 9 de la mañana, donde se debía preparar todas las cosas para el almuerzo.

Mi llegada fue cerca de las 13:05 horas, luego de que se haya repartido la comida.

En ese momento cada uno de los compañeros estaba descansando, tomando mates y charlando y sin muchas vueltas me ofrecieron un asiento y el primer mate. Recuerdo haber estado algo nervioso, yo era el nuevo en el grupo, como suele pasarme cuando llego a un lugar donde conozco a pocas personas.

Sin embargo, cuando la olla de arroz estuvo a su punto de cocción, no dude en ocupar el lugar que me ofrecieron en la mesa. Debo reconocer ser un partidario del guiso y este en particular iba a ser especial, estaba por compartirlo con las personas que luego me iban a hacer un lugar en este gran grupo.

Terminado el almuerzo, presente a mi persona y la idea que quería aportar. De nuevo el nerviosismo hizo su aparición, pero esta vez más leve.

Todos escucharon mis palabras y parecía que de alguna forma las habían aceptado, todavía no estaba seguro, pero no importaba porque ya estaba en el lugar que yo quería estar, haciendo lo que me debía hace mucho tiempo: ayudar a los demás. No por mezquindad, simplemente por creer que no podía encontrar un lugar donde mi ayuda sea necesaria. Recuerdo compartir con mis amigos y amigas las ganas de querer militar en algún espacio social, sin embargo, nunca encontraba uno. O capaz las ofertas estaban, pero por una cosa u otra, me terminaban de dejar de llamar la atención.

Todo lo contrario a lo que me pasó en esta ocasión: desde ese jueves anterior a mi primera aparición oficial en el lugar, me invadieron unas inmensas ganas de que ya sea sábado. Como si una especie de ansiedad se había instalado en mi cuerpo y mente.

Luego de esa mini presentación salí al patio, había una reunión donde se discutieron temas ajenos a mi persona y para ser sincero no sabía qué hacer ni para dónde ir. Capaz alguien se dio cuenta de eso o tal vez no, pero así fue que Dylan de 4 años me llamó. Luego de preguntarme mi nombre y haberle contestado que me llamaba Fernando, me dijo: “Vení, Fenano, vamos a hacer una casita”.

Él no me conocía, le había dicho mi nombre medio minuto antes y aun así me invito a jugar con él. Estuvimos buscando pedazos de maderas, retazos de chapa y un cartón grueso que funcionaria de techo. La casita era chica, pero suficiente para que Dylan y su amigo se acomoden dentro de ella y hagan unas hermosas chocolatadas de tierra y barro. Si, se veían ricas a la vista, pero decidimos venderlas en el kiosco que cinco minutos después funcionaba ahí mismo.

Faltando minutos para las 16 horas, se empezaban a ultimar detalles del festejo que tenía lugar ese día, era un día especial para una personita del merendero. Ese sábado cumplía sus 10 años Aymara, quien iba a festejarlos con sus amiguitos del lugar. Luego de unas idas y vueltas para decidir el lugar del festejo, la cumpleañera decidió y el acontecimiento se celebró en “la lagunita”.

Decidí ir a la mesa principal para ver cómo podía ayudar, la verdad me sentía algo perdido, todos tenían claro lo que debían hacer e iban de un lugar a otro. Ahí fue donde la seño Laura me miró, me dió dos termolares y me dijo: “Estás muy lento, llenalos de hielo así los llevamos para los teres”. Por fin hacia algo útil después de estar apoyado en la mesa mirando a todos ir de acá para allá.

La caravana de veinte niños y niñas ya había partido para el lugar del festejo llevando chizitos, galletitas, alfajores, guirnaldas y lo más importante, la piñata.

Yo iba lento y solo, más adelante iba Lili con Lía, quien al grito de “Apurate, Fer, dale” me hizo dar cuenta que sí, iba con toda la paciencia del mundo.

El lugar se decoró con un cartel muy lindo de “Feliz cumpleaños” y guirnaldas atadas a las ramas de un arbolito que nos prestaba sombra.

Hubo música y tampoco faltó el sagrado fulbito en el campo de algún señor que, sin saber, era el anfitrión de dicho encuentro.

La tarde pasó entre teres y caras llenas de migas de puflitos y alfajores.

Cerca de las 17:30 horas llegó el momento de cantar el “feliz cumpleaños” y Aymara, la cumpleañera, lejos de toda sensación que tiene un adulto cuando sucede este canto, dibujó en su cara una hermosa sonrisa que combinaba con la corona de flores que adornaban su cabeza. Rodeada de sus amiguitos y hermanos, aplaudiendo con una felicidad que se le resaltaba en los ojos, así pasó su día especial compartiendo su amor y recibiendo el afecto de todos los presentes.

Llegando a las 18 horas emprendimos la vuelta al merendero, con el mismo entusiasmo con el cual habíamos ido hasta “la lagunita”. Y ahí, otra vez, me di cuenta lo especial que era ese lugar para ellos. O tal vez no el lugar, sino lo que comparten, viven, disfrutan, juegan y se quieren.

La vuelta a mi casa fue rara. Estaba cansado, pero me sentía bien, como lleno de felicidad o gratitud de ver a estos pequeños gigantes sonreír y disfrutar de la hermosa tarde que nos había tocado.

 

A LA GENTE SOLO LA AYUDA LA GENTE

Nuestro país lleva arrastrando una situación cultural, social y económica bastante deteriorada hace años, donde los sectores más vulnerados son los menos visibles.

El número de merenderos registrados y manejados por movimientos sociales es de 8.000 en el país. A eso se le tiene que sumar todos los comedores/merenderos autogestivos como “Pequeños gigantes”, partiendo desde ahí, es un número que se desconoce. Estos lugares independientes de toda ayuda gubernamental se mantienen gracias a las donaciones de particulares y aportes de los mismos integrantes del lugar, donde hay veces que alcanza y otras que no.

En ciertas ocasiones la ayuda por parte de los municipios es poca o casi nula, esta crece un poco en épocas de campañas.

Un comedor, merendero, hogar o espacio de contención muchas veces actúa de dispositivo sociocomunitario. Son espacios que alojan a los niños, jóvenes y adultos y les proporciona tanto satisfacción de necesidades básicas como también de contención y lugares de expresión y desarrollo. Además, para los más adolescentes es un sitio para transitar la problemática vocacional de “que hacer”, a través de talleres, aprendizaje de un oficio, entre otras cosas.

Estos lugares juegan un rol importante en nuestra sociedad y aun así no reciben la suficiente ayuda y visibilidad.

Cuando se dice que “Los reyes y Papa Noel no existen y a la gente solo la ayuda la gente” se expresa que es tu semejante el que te tiende la mano cuando todo parece estar perdido. El que está en el mismo suelo que vos, el que siente, piensa y vive como vos, ese es el que te va a ayudar cuando parezca que todo se viene abajo.

Con esta reflexión solo me queda extender la invitación que los colaboradores del comedor mencionaron en la entrevista: “las puertas están abiertas para los que quieran de corazón colaborar, ya sea con tiempo, materiales, alimentos, juguetes, ropa, lo que puedan y quieran”.

Y por último quiero agregar que lo que intento transmitir en este relato es que, a pesar de toda la complejidad humana y las problemáticas sociales, la felicidad se encuentra en la sencillez de las pequeñas cosas y creo que cada uno de los integrantes del merendero “Pequeños gigantes” encuentran en los niños, en sus sonrisas y sus abrazos eso que llaman Dios.

 

 Dedicado para las niñas y niños de Pequeños Gigantes:

“A pesar de tanto mundo de sombra, quiero ver tu risa brillando como un sol”.