Menos mal que no vive en Argentina: el hombre de Uganda que tiene 102 hijos dice que ya no los puede mantener

En el corazón rural de Uganda, en la aldea de Bugisa, a unos 120 kilómetros de la ciudad de Mbale, vive Musa Hasahya Kasera, un campesino de 68 años que desafió todos los límites posibles de la paternidad. Con 12 esposas, 102 hijos y 568 nietos, su historia se convirtió en un fenómeno viral que recorre el mundo con una mezcla de asombro, indignación y reflexión.

Lo que para muchos puede parecer una excentricidad o una rareza cultural es, en realidad, la expresión extrema de una realidad estructural: pobreza, tradición, falta de educación sexual y ausencia de políticas públicas en zonas rurales.

This Ugandan Villager Has 12 Wives, 102 Children, 578 Grandchildren

El origen de una familia interminable

Todo comenzó en 1972, cuando Hasahya, con apenas 17 años, contrajo matrimonio por primera vez. Por entonces, en su entorno familiar y social se alentaba a los hombres a tener muchas esposas y una amplia descendencia como símbolo de estatus, continuidad del apellido y fuerza laboral para las tareas agrícolas.

Durante sus años de juventud, gozó de cierta prosperidad como comerciante de ganado, lo que le permitió ampliar su familia rápidamente.

A lo largo de los años, fue sumando esposas, algunas de ellas menores de edad al momento del casamiento, en una práctica que no sería ilegal en Uganda hasta la promulgación de la ley contra el matrimonio infantil en 1995.

Muchas de esas mujeres llegaron sin saber que Hasahya ya tenía otras esposas, y cuando lo supieron, ya era tarde: la costumbre, el aislamiento geográfico y la dependencia económica sellaron su destino.

Una familia al borde del colapso

Hoy, el patriarca vive en una vivienda principal de chapa y madera, visiblemente deteriorada, rodeada de unas veinte chozas de barro donde se distribuye su descendencia. Las condiciones son precarias: sin agua corriente, sin electricidad, sin acceso a servicios básicos de salud y con una economía informal basada en trueques, trabajos ocasionales o recolección de leña.

“Con mi salud deteriorada y menos de una hectárea de tierra, ya no puedo mantener a mi familia. En un buen día, comemos dos veces. En uno malo, una sola”, confesó a medios internacionales.

Muchas de sus hijas dejaron la escuela por falta de recursos, y los más pequeños deben caminar kilómetros para conseguir agua o comida.

Las reuniones familiares son mensuales y necesarias: sirven para resolver conflictos, organizar la distribución de alimentos o simplemente para poner orden. Uno de sus hijos mayores, Shaban Magino, maestro de escuela primaria, oficia de coordinador logístico. Sin él, aseguran, el caos sería absoluto.

Memoria saturada

La cantidad de hijos y nietos es tal que Hasahya ya no puede recordar los nombres de todos. “Solo me acuerdo del primero y del último”, admitió.

Recurre a cuadernos viejos y al auxilio de las madres para reconstruir identidades y vínculos. “He aprendido la lección. Fui irresponsable. Ahora todas mis esposas toman anticonceptivos. Ya no quiero tener más hijos”.

Aunque la poligamia es legal en Uganda dentro de ciertas comunidades musulmanas o bajo el derecho consuetudinario, la historia de Musa Hasahya volvió a abrir el debate sobre los límites de esta práctica, sobre todo cuando se superpone con la pobreza extrema y la falta de control sobre la natalidad.

Más que una historia viral

Lo que inicialmente circuló como una historia curiosa en redes sociales —»el hombre con más hijos del mundo»— terminó por convertirse en un símbolo incómodo del choque entre tradiciones ancestrales y realidades contemporáneas.

También dejó al descubierto las carencias de un sistema que falla en lo más esencial: brindar educación sexual, acceso a métodos anticonceptivos, oportunidades laborales y apoyo a las familias numerosas en contextos vulnerables.

Hasahya es, en última instancia, un producto de su tiempo y su entorno, pero también un reflejo de un modelo que colapsó. Su testimonio no solo conmueve por lo insólito, sino por lo profundamente humano: el cansancio, la resignación, la culpa y el deseo —tardío— de haber hecho las cosas de otra manera.

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