La riqueza se encuentra dentro

Conocer la casa que por más de 50 años y en total humildad habitó el Dr. Esteban Laureano Maradona, en Estanislao del Campo (Formosa), permite redefinir algunos conceptos, como riqueza y poder. El ejemplo de un hombre que pudo ser Nobel de la Paz.

Textos: Melissa Nardín. https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2012/05/12/nosotros/NOS-07.html

Un mundo globalizado donde se cree que tener poder y riqueza lo es todo, donde el consumo es la base de las necesidades y casi muy poco importa el otro, es el escenario que vivimos y protagonizamos a diario. Pero la verdadera riqueza esta adentro de uno. Lo de afuera muchas veces se lo lleva la primera tormenta.

Se sabe muy poco de lo que realmente es el verdadero poder y la riqueza. Por eso los invito a realizar este pequeño viaje donde, quizás, se encuentren con un legítimo ejemplo y posea la virtud de despertar vocaciones tan desinteresadas y solidarias como la que contaré a continuación.

LA TRAVESÍA

Formosa capital, 9 hs. de un sábado de septiembre de 2011.

Se encendió el motor del auto, cargué mi mochila, el mate, me abroché el cinturón de la butaca del acompañante y me dispuse a viajar tres horas hacia el interior de Formosa, precisamente a la localidad de Estanislao del Campo.

El conductor, muy buen acompañante, es un conocedor del camino y de la mayor parte del paisaje formoseño, desde los parajes más civilizados hasta el monte en estado puro. Cuenta con la experiencia de haber recorrido todos estos kilómetros por más de 20 años, resultado de un trabajo que tanto lo apasiona. Pero esta vez lo hizo por puro placer, aunque ya había tenido la suerte de conocer y pasar por el lugar adonde nos dirigíamos.

El sol abrasaba el asfalto, la mañana todavía se encontraba un poco fresca, estábamos a mitad del camino, el reloj marcaba las 10.40 pasadas, el termo del mate ya estaba vacío y el interior del auto tenía varios temas charlados. El paisaje durante el trayecto no varió mucho: montes de palmas y pastizales. A lo sumo los primeros lapachos florecidos se alzaban en el monte y se mostraban para deleitarnos con sus flores.

En el camino tuve la oportunidad de pedirle al piloto del automóvil opiniones personales sobre antiguas visitas al lugar que teníamos como destino. Él, ingeniero de profesión, me comentó que su primera visita al lugar la realizó porque se encontraba en la zona haciendo inspecciones en una de las obras que tenia a cargo y aprovechó la ocasión para conocer, por otros sentidos, la historia que le llegó a sus oídos. Mientras le pasaba el último mate y lo escuchaba atentamente, me di cuenta de que la historia era muy grande para el lugar que describía, y me quedé pensando. Cerré mi pensamiento cuando dijo:

– Mirá que no es nada; el lugar físico, material, no es nada.

– Pero está declarado monumento histórico-, le contesté.

Me miró y dijo:

– Si, como mucho debe tener diez visitas al año; pocos saben de este Maradona.

PISANDO EL MISMO SUELO

Estanislao del Campo. Casi son las 13 del mismo sábado de septiembre de 2011. El sol abrasa fuerte, casi asfixiante. El reflejo de sus rayos nos marcan el cartel de bienvenida y nos encuadra la avenida principal del pueblo. Quebrachos, palmas y algún que otro chivato plasman su sombra en el claro pavimento de la avenida. En sus costados, la tierra se hace presente más que el pasto que se ve apagado, sucio, sin color; denota falta de agua y mucho sol.

El sol está muy fuerte y el cielo tiene muchas nubes; quizás al final del día caiga alguna lluvia. Abandonamos el pavimento, las ruedas sienten la tierra de la calle San Martín. Por ella vienen transitando dos pueblerinos, cada uno montado en un caballo: uno es blanco y el otro, marrón. Los pasamos, saludan con la vista, estamos a media cuadra del lugar deseado. Las casas son pocas y muy parecidas. Alambrados delimitan los terrenos, las construcciones cuadradas no muy grandes están bien separadas, todas de ladrillo con techo de chapa. La mayoría tiene pintada únicamente la pared del frente que da a la calle. Se caracterizan por tener una puerta principal de madera y una o dos ventanas rectangulares medianas a los costados. Las veredas son de tierra con pocas plantas, pero con un árbol o dos por casa.

No son más de las 13.15. Llegamos; estamos en el destino elegido, pero las rejas están cerradas y parece no haber movimiento. Se acercan los mismos caballos que hemos cruzado hace unos minutos. Aprovechamos para preguntar a uno de los jinetes:

– Disculpen.

– Si, diga.

– Al encargado, ¿dónde lo podemos encontrar?

– Y… a esta hora suele estar en la casa; cruce, es aquella celeste de allá.

– Gracias.

Visualicé la casa, crucé la calle, di vuelta a la esquina y golpeé las manos. Me atendió una mujer joven, de estatura media, cabellos oscuros, ojos grandes:

– Disculpe la molestia, ¿es ésta la casa del guía Antonio?

– Si.

– ¿Se encuentra él?

– Si, ahí ya viene, ya se estaba por cruzar.

– Bueno, gracias señora,

– Cruce nomás, ahí ya va.

– Bueno, hasta luego, gracias.

Crucé la calle y avisé a mi padre que el encargado ya venía. Se paró y me pasó el termo de agua. La sombra estaba agradable, pero el sol no daba gracia. Menos mal que Antonio no tardo mucho:

– Los estaba esperando, dijo mientras abría las rejas.

– Perdone la hora, dijo mi padre.

-No, si no hay problema ingeniero, pasen, contestó Antonio.

Pasé las rejas, caminé dos metros por el sendero de entrada marcado con troncos cortados y me encontré parada ante una humilde casa de ladrillos a la vista con una pequeña galería techada con chapa y sostenida con dos postes finos de madera, que -por su color y textura- parecen ser de vinal, árbol autóctono de la selva formoseña.

Las rejas despintadas y oxidadas, que son de lo más nuevo que tiene la casa, enmarcan el terreno y lo diferencian de la calle. El patio es de tierra dura y seca, tanto que parece cemento, pero los árboles y las plantas que se levantan allí indican que en algún momento fue tierra buena.

Esta construcción rectangular de 8 metros de frente por 6 de fondo se ubica sobre la calle San Martín s/n de la localidad de Estanislao del Campo, que se encuentra a 230 kilómetros de la ciudad de Formosa. Y se llega por la ruta nacional Nº 81.

Al día de hoy, la localidad tiene casi 5.000 habitantes. Pero, a finales de los años ‘30 y principios de los ‘40 esta localidad no era más que selva, entonces conocida como el Paraje Guaycurri, habitada por indios tobas, wichi y pilagá. Contaba con cuatro ranchos realizados con ramas de árboles, sin agua, sin luz ni electricidad.

Ese fue el escenario con el cual se encontró Esteban Laureano Maradona, un médico nacido en Esperanza -provincia de Santa Fe- que pasaba por esa zona en tren. El mismo que vivió más de 51 años en esta modesta casita con una sola habitación, una galería y una pequeña cocina toda de ladrillo y techo de chapa. El médico la adquirió, en 1939, en 500 pesos. Al retrete y al aljibe, que estaban en el patio, los compartía con una familia vecina. No había tampoco luz eléctrica ni agua corriente.

UN POCO DE HISTORIA

El doctor venía de una ardua tarea de colaboración con los soldados paraguayos heridos en la guerra de la triple alianza. Perseguido por el régimen que derrocara a Yrigoyen, partió -con apenas una valija de ropa, un revólver 38 y su diploma de médico como todo equipaje- para Paraguay, donde comenzaba entonces la Guerra del Chaco Boreal. Ya llegado, ofreció sus servicios a un comisario de Asunción, pero pidió que no lo sometieran a ninguna bandera porque su único fin era el “humano y cristiano de restañar las heridas de los pobres soldados que caen en el campo de batalla por desinteligencias de los que gobiernan”. Tan nobles palabras le valieron la cárcel por unos días: no le creyeron y lo tomaron por un espía argentino. Poco después, ya liberado, lo tomaron como camillero en el Hospital Naval donde, en tres años, llegó a ser director, atendiendo en esa etapa a cientos de soldados de ambos bandos.

Su espíritu colaborador y su entrega incondicional no terminó con la guerra del Paraguay. Volvió entonces a Argentina. Había proyectado las etapas de su viaje: regresaría a su país en barco, hasta Formosa, y allí tomaría el tren que pasaba por Salta, Jujuy y Tucumán. En esta ciudad visitaría a un hermano, que era intendente; después llegaría a Buenos Aires, donde vivía su madre. Fue en ese tren donde le salió al encuentro su destino definitivo en el monte formoseño.

El tren hizo una parada en el paraje Guaycurri y desde ese día se convirtió en el milagro de salvación para los aborígenes de la selva formoseña, dejando atrás su destino pensado: Tucumán y luego Buenos Aires, donde tenía trabajo asegurado y en mejores condiciones. Pero el Dr. Dios, como fue apodado por los indios pilagá, vio en ese lugar que lo necesitaban y se quedó por más de 50 años educando, curando y sanando.

UNA ELECCIÓN DE VIDA

¿Quién le dio la bienvenida? O, ¿a quién le dio la bienvenida?

Cuenta la historia que el tren con destino a Tucumán se detuvo en el andén a la altura de la actual localidad Estanislao del Campo debido a que los aborígenes que habitaban allí pedían ayuda. Un nuevo niño estaba por nacer, y su madre necesitaba asistencia médica urgente.

Ese fue el punto de entrada para que apareciera en escena Esteban Laureano Maradona, quien no dudó un segundo en bajarse del tren y ayudar a la joven mujer que estaba por ser madre.

Él, con la humildad y sencillez que lo caracterizaron durante toda su vida, testimonió con estas palabras ese suceso: “Había que tomar una decisión y la tomé. El tren que me llevaba a Tucumán, donde vivía mi hermano, estaba a punto de arrancar. Yo estaba en el andén del Paraje Guaycurri (que con los años sería Estanislao del Campo) cuando vi muchas manos que se alzaban suplicantes y voces ininteligibles que me llamaban en idiomas diferentes. Fue entonces cuando decidí perder mi pasaje en el tren, que aún me aguardaba, y no volver nunca a las comodidades de mi consultorio en Buenos Aires. Entonces, me subí a un sulky tirado por una mujer cincuentona muy preocupada y me dejé internar en la maleza. Poco después, como dijeron por allá, le había ‘salvado’ la vida a una indiecita que después se me presentó como Mercedes Almirón. La bienvenida me la dieron indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me di la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida”.

En efecto, la comunidad indígena del lugar le tuvo recelo al principio, dado que en general los blancos los habían engañado y maltratado, y -por lo tanto- no confiaban en la medicina del doctor. Sin embargo con el tiempo logró trabar amistad con los caciques del lugar y granjearse el respeto de todos, interiorizándose de sus necesidades y logrando erradicar de la zona terribles enfermedades como la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera y la sífilis.

En el monte, entre tolderías, quedaron las enseñanzas y vivencias del Doctor Maradona, este hombre extraordinario, con una riqueza y poder espiritual inmenso, que lo volcó dando amor al prójimo más necesitado. Su labor no se circunscribió solamente a la asistencia sanitaria. También, convivió con ellos, se interiorizó de las múltiples necesidades que padecían y trató de ayudarlos en todos los aspectos que pudo: económicos, culturales, humanos y sociales. Realizó gestiones ante el Gobierno del Territorio Nacional de Formosa y logró que se les adjudicara una fracción de tierras fiscales. Allí, reuniendo cerca de 400 naturales, fundó con ellos una Colonia Aborigen, a la que bautizó “Juan Bautista Alberdi”. Les enseñó algunas faenas agrícolas, especialmente a cultivar el algodón, a cocer ladrillos y a construir sencillos edificios. A la vez, los atendía sanitariamente, todo, por supuesto, de manera gratuita y benéfica, hasta el extremo de invertir su propio dinero para comprarles arados y semillas. Cuando edificaron la escuela, enseñó como maestro durante tres años, hasta que llegó un docente nombrado por el gobierno.

Fue postulado varias veces para el premio Nobel de la Paz, pero no lo eligieron. Pudo tener todo el reconocimiento del mundo, pero no estaba de acuerdo con eso. Cada vez que mencionaban reconocimientos hacia su persona, él respondía:.”estoy satisfecho de haber hecho el bien en lo posible a nuestro prójimo, sobre todo al más necesitado. Creo que no hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber…”.

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*El Dr. Dios, como fue apodado por los indios pilagá, vio en ese lugar que lo necesitaban y se quedó por más de 50 años educando, curando y sanando.

CON LOS OJOS DEL ALMA

Quien viera su modesta casa diría que no hay lugar para tanta grandeza. Es más, en su interior no hay nada que a nuestros ojos ciegos, acostumbrados a ver riqueza en la abundancia material, los pueda llenar. Pueden ser cuatro simples paredes de ladrillo, puede ser una casa olvidada en algún rincón del país, puede ser una historia poco conocida de un señor con un apellido muy pronunciado.

Pero él, que era hijo de un estanciero, médico de profesión, y podría haber vivido como mimado de la suerte en medio de las comodidades de una gran ciudad, prefirió -sin embargo- las privaciones de una zona agreste para el mejor servicio en favor del prójimo. Pudo morir millonario, pero vivió donando sus bienes y provechos para mitigar dolores y necesidades de los demás. Fue un verdadero e inagotable fontanar de virtudes y, su vida, todo un ejemplo de altruismo, abnegación y filantropía.

Conocer la casa donde habitó el Dr. Esteban Maradona debe hacerse con los ojos del alma; solo así se verá su verdadera riqueza y grandeza.