De dormir en una plaza a vender sus productos en cuatro provincias. Una historia de sacrificio y superación

Esta es la historia de Federico, quien cuenta «tenía 18 pesos cuando llegué a Reconquista». Hoy, sostiene una empresa que abastece de productos a cuatro provincias y tiene un gran potencial. Entre dormir en una plaza y este presente, solo pasaron 10 años.

En su Cañada Ombú natal no había muchas opciones laborales: ganadería, limpieza de montes o los hornos de carbón. Él trabajó en las tres y lo fundamenta con un contundente «desde chico me propuse que ya no quería seguir siendo pobre». Al sólido esquema de la vida quieta y monótona de la zona rural lo rompió una siesta de 2012: «agarré un bolsito con ropa y mi almohada, agarré la moto y salí a la ruta». Se refiere a la Ruta 3. Y sigue «al llegar al cruce con la ruta 40 podía seguir a Vera, que es un pueblo más, así que doblé para Reconquista».

Llegó a Reconquista con 18 pesos en el bolsillo. Conocía a dos personas de los cuales no tenía el contacto. Tomó Olessio al sur y en el Barrio Obligado consiguió una promesa: al día siguiente lo probarían en una obra en construcción. El resto de la semana fue una aventura: trabajar en la obra, bañarse en la estación de servicio de Patricio Diez e Yrigoyen y dormir en la plaza de la terminal, era verano.

«Me acuerdo que tenía 18 pesos cuando llegué a Reconquista»

Durante 2012 y 2013, escaló trabajando en la obra, vendiendo bolsitas en la calle, luego como cadete en dos empresas hasta su primer puesto estable en una concesionaria de motos. Y asegura que ese fue un momento bisagra: «a partir de ahí no paré de crecer. Pero siempre tuve gente que me ayudó» ¿Y el día a día? Un monoambiente, compartir gastos con un conocido y hasta recibir ayuda de un amigo para pagar el alquiler.

«pasábamos por las vidrieras y mirábamos los ventiladores con unas ganas. Hacía mucho calor en el monoambiente»

En 2017 da otro gran paso, convirtiéndose en vendedor de una empresa del rubro imprenta. Vendía mucho, ganaba mucho y tuvo acceso a una vida que no había imaginado. «Era pendejo y me había acostumbrado a ganar bien. Fui comprando mis cosas». Aun así, no pudo salvarse del sacudón de la pandemia, que sumado a problemas laborales lo mandaron al mundo del desempleo en pleno 2021. «Entonces tenía la posibilidad de irme a Europa, pero decidí quedarme para demostrarme a mí mismo que yo podía hacer algo mío», y así fue que emprendió, apostó y ganó. Pro nunca solo: «un amigo me dió plata y me dijo que compre mercadería».

Así se inició en un negocio que ya conocía y aprovechó los contactos que supo ganar, consiguió un viejo taller y lo puso en condiciones. Rechazó ofertas laborales porque en su cabeza ya estaba el proyecto propio. «En pocos meses nos llegaron muchísimos pedidos y nos desbordaron».

El nombre del emprendimiento salió solo, considerando que su pueblo natal está a media hora de Chaco: «Papelera El Norteño», la bautizó. Y de alguna manera cerró un ciclo que él mismo comenzó en 2012, dándole trabajo a chicos que vienen del norte a procurarse un futuro. También colabora con el club de fútbol de su pueblo, formando a los más chiquitos. «Hoy los chicos tienen menos ambición. Yo hablo siempre con los que trabajan conmigo y les digo que luchen por su sueño, que el camino no es fácil» reflexiona.

Que la Argentina es la tierra de oportunidades, lo sabemos. Que siempre hay una mano dispuesta a ayudarnos, también. Pero ni en el suelo más fértil da frutos la semilla que no se siembra y se cuida con esfuerzo, empeño y constancia. Que sirva de inspiración a los jóvenes (y mayores) que aún no se deciden. La meta nunca dependerá del punto de partida.